de Leonardo Bernabé Madrid, mi padre, "cosechador de amistades que perduran". Para la familia, para los amigos, para quienes lo conocieron, para los que llegaron tarde, para el pueblo de General Guido

7/12/06

Vivir en el Campo

En aquellos años cuando viviamos en el campo, no había luz eléctrica, ni camionetas, solo huellas polvorientas y en las noches, El Piche


Podíamos dormir tranquilos, porque afuera estaba El Piche, nuestro nochero, en sus patas estaba depositada la seguridad de todos, en aquel verano de 1915.
Cuando llegada la noche se ataba un caballo, a una estaca cerquita del rancho, era el seguro que se tenia ante cualquier necesidad, con la monta de un boyero, saldría de un resuello rumbo al pueblo.
Piche, caballo hecho, picazo, atento al menor ruido, pasaba las horas esperando bajo ese cielo tapizado de estrellas, cuando la luna le pegaba de lleno en la cara, la estrella blanca de su frente brillaba como un lucero. Con las primeras luces del día mi padre se acercaba a liberarlo y algo le decía, nunca supe que, talvez le agradecía; como digo lo soltaba le acariciaba el lomo y dándole una palmada en el anca ¡vaya Piche! decía, y él salía campo afuera con un relincho cortito, al caer el sol volvería respondiendo al chiflido de papá a cubrir su puesto de vigilante. Una tarde de aquel verano con el permiso de papá mis hermanos mayores desafiaron a los primos a una carrera de sortijas, aceptado el convite pasaron gran parte de la tarde armando el escenario, cuando todo estuvo listo, ensillaron al Piche y salieron con rumbo a la posición de largada y con la recomendación de mamá que tuvieran cuidado, mientras le acercaba el mate a papá, que sentado bajo la sombra de la planta del paraíso sacaba unos tientos derechos y finitos con los que mas tarde comenzaría algún trabajo, mostrando su habilidad de soguero, desde ese lugar podía ver como los muchachos pasaban por debajo del arco que habían improvisado haciendo picar a los caballos mientras trataban de alcanzar la sortija con los palos, unas ramas de acacia, que durante toda la mañana habían estado limpiando a cuchillo, en el potrero no solo estaban los jinetes con sus pingos ,también estaba el público entre los que me encontraba yo.
El tiempo paso rápido, la noche se acercaba y había que dar por finalizada la fiesta y entonces papá llamo primero a Rogelio, no tuvo respuesta, espero, pero los muchachos seguían, llamó después a Horacio, pero parecían no escucharlo, fue entonces cuando papá chiflo, el silbo paso cortando el aire como una flecha justito antes de la caída del sol. La fiesta había terminado.
El Piche, al trotecito entró en el patio, respondiendo el llamado de papá. ¿y Rogelio? con la ayuda de Horacio y los primos muy atrás venía sacudiéndose los pastos que se le prendieron a las ropas cuando El Piche bellaqueo y lo desmonto, dando así por finalizada la corrida de Sortija.

Nochero
(Para vos Piche estas pocas monedas de mis pobres versos para pagarte la fidelidad con que cubriste tu puesto 23/02/72)

Cuando era un sacrificio vivir en la campaña
Cuando los caminos no eran más que huellas
Al caer la tarde te ataban a la estaca
Para rondar el rancho, bajo un toldo de estrellas.

Así pasabas las horas y las horas
Como la noche, quieto, esperando
Que alumbrara el lucero de la aurora
O que alguno se moviera dentro el rancho.

Vos estabas allí Nochero Viejo
Estampa de otros tiempos que se pierde
En el horizonte de una vida nueva
Tras el lógico avance del progreso.

Al grito estridente de algún Tero
O del otro vigilante “Don Chajá”
Esperabas la monta del boyero
Para entrar a galopar.

Piche era tu nombre y me parece
Verte a la estaca gambeteando.
O cuando te largaban campo afuera
Salir con el viento retozando.

El pasado solo se revive en los recuerdos
Allí tu estampa de Nochero, Zaino Viejo.
Está velando nuestro sueño cuando niños
Bajo un cielo estrellado de enero


La Yerra

La yerra de convite como se acostumbraba a llamar a aquella tarea, que comenzaba con las primeras luces del día, se encendía el fuego con leña de tala y eucaliptus y se quemaban los huesos de las osamentas que dispersas por el campo habían servido de alimento a Chimangos, caranchos y otros vicharracos. En ese fuego se calentaba la marca del dueño al rojo vivo y se aplicaba al animal en uno de los cuartas traseros. Previo a la marcación se entraba al rodeo de a caballo se aislaba al orejano, el animal echaba a correr en cualquier dirección entonces los pialadores tiraban sus lazos hacia las manos del animal al que daban por tierra sujetándolo contra el suelo llamaban al fogonero que corría con la marca al rojo vivo al grito de ¡apriete que va la marca! Entre el humo y el olor a pelo y cuero quemados el animal se paraba sobre sus cuatro patas y entre balidos salía corriendo hacia el rodeo. Muchos hombres conocí famosos en el manejo del Lazo. Mi padre fue uno de ellos casi con setenta años a pedido de la Doña Celia Echaniz de Cepeda, (madre de Abel) demostró su destreza arrojando la armada sobre su brazo derecho, pialó “por sobre el lomo el viejo Bernabé”. Antes mucho antes yo tendría unos doce años, en un “pial de puerta afuera” lo vi mostrar todo su coraje su habilidad. Y en otra oportunidad pudimos ver su concentración cuando al no poder voltear al animal pierde el equilibrio y con velocidad y precisión se saca del cinto el cuchillo y lo arroja lejos para no lastimarse en la caída.
Cuando murió, nuestro amigo y hermano Abel Cepeda, lo despidió con estas palabras... Con él se apaga uno de los auténticos fogones de la tradición... Ese fue mi padre.

El Lazo
( A la memoria de mi Padre y amigo Bernabé Madrid, de quien recibiera tantas enseñanzas)

Tengo un Lazo en mi rancho, que en brazadas
Ha de tener no más”trece de alcance
Yo aprendí a revolearlo en mi alborada
Pero no lo he tirado más después de grande.

Ese Laza tan ligado a mis recuerdos
Es herencia de mi padre que me toca
Lo trenzaron sus manos allá lejos
Y en sus manos fue un arma poderosa

Con el salió cuando era mozo
Por los campos de Dolores, Lavalle y El Vecino
Con el y puerta afuera a los “setenta”
Pialo por sobre el lomo en un pedido

Con el, lo vi voltear en todas formas
De revés, de volcao o de payanca
Trabajando en el rodeo y de a caballo
Lo colocaba justito entre las guanpas

Ahora esta quieto en mi rancho ese trenzao
Que zumbaba en el aire en tiempos idos
Lo acompañó y me acompaña entre recuerdos
De la misma manera que él lo hizo

Han quedado memorias en mis pagos
De quien fue Don Bernabé con sus consejos
Su Guitarra, sus cuentos y este lazo
Que llevaba en el anca de su overo

Tengo un lazo en mi rancho que en brazadas
Ha de tener nomás trece... y de fijo
De esta herencia de mi padre conservada
han de hablar quizás mañana los hijos de mis hijos.
***


Los Perros

No había casa de campo en la que no hubiera menos de cinco perros, que además de prestar servicio en la recolección de la majada y embretarla para el baño hacían de centinelas en todas las horas del día y muy especialmente cuando llegaba la noche.
A una legua escasa de Guido, mirando desde la población hacia el naciente estaba el campo que arrendaba mi padre, “La Cebolla” era el nombre del puesto, un inmenso aromo daba la bienvenida y los perros con sus ladridos acompañaban a la visita que acababa de llegar.
Chico, Cachiro, Zorro, Cuatro y Chaco, eran nuestros fieles compañeros en las correrías por los potreros, ¡Usca, usca! Arengábamos, ese grito era como un latigazo, salían los cinco a la carrera y nosotros por detrás listos para ayudarlos con la pala de punta a llegar más rápido al fondo de las cuevas de las comadrejas y otros bichos dañinos que al menor descuido atacaban el gallinero. Con ellos íbamos al pajonal y en los charcos mostraban sus habilidades cazando algún bicharraco.
Ese verano de 1916, lo recuerdo aún, un perro flaco, llegó a “La Cebolla” siguiendo la rastrillada que bajaba hacia el sur recostada al alambrado, probablemente desde San Juan del Vecino o desde San Emilio, vaya uno a saber, lo cierto es que llegó, sintió afecto por el lugar y se quedo allí. Lo llamamos Nortero, de pelaje bayo, habilidoso a la hora de procurarse alimentos, volaba como flecha sobre los pastos a la caza de alguna liebre o vizcacha, se tiraba muerto cerquita de los juncos en el bañado, para resucitar ante la presencia de alguna desprevenida gallareta, y con la presa en la boca pasaba al trotecito frente a nosotros que lo vivábamos y “mirando a lo lechuza” al público que en este caso éramos mis hermanos y yo, se perdía en el pajonal a saborear el producto de su caza.
Una tarde Nortero se presentó en el patio con un pichoncito de nutria en la boca y lo soltó a los pies de mamá, ella lo puso dentro de un tacho improvisando una lagunita, el perro de tanto en tanto se aceraba y metía la cabeza en el tacho, Horacio y Rogelio, mis hermanos mayores, abrían las apuestas ¡ No pasa de hoy! Hoy va a sacar el pichón, y se lo va a comer, pero nunca lo hizo, la nutria creció y andaba por el patio como un perro o un gato más.
Finalizado el verano regresamos a Guido. Los perros quedaban en el campo, donde se continuaba trabajando, solo el Cachiro, era compañero inseparable de Rogelio, volvía con nosotros.
Ese año sucedió algo extraordinario Nortero apareció en la casa del pueblo un sábado al caer la tarde, solo, recorrió el camino del campo al pueblo. Desde ese día todos los fines de semana llegó a nuestra casa en el pueblo cada sábado por la tardecita, entraba entonces por el zaguán, se paraba en la puerta de la cocina – ¡llegaste Nortero¡ le decía mamá a modo de saludo y él pasaba al patio, la cabeza baja, la lengua afuera se sentaba frente a papá un largo rato, solo después respondía a nuestro llamado se acercaba agazapado, se moría a nuestros pies para minutos después levantarse de un salto logrando así nuestro más cerrado y sostenido aplauso, agotado, cuando llegaba la noche se echaba a descansar bajo las plantas del fondo, y si llovía la rutina no variaba, solo que la realizaba bajo el techo de la Galería que también se convertía en su lugar de descanso sobre unas bolsas de arpillera que papá le acercaba al anochecer. Nortero caminador incansable. Quedaba con nosotros hasta el domingo por la noche, sin poder precisar la hora emprendía el regreso a “La Cebolla”, esto se repitió durante muchos meses... Pero un día de octubre, a decir verdad no fue igual a otros días, ese domingo todos lo vimos irse, ¿qué embuchado traes Nortero? Le pegunto papá que estaba barajando el mazo de naipes para empezar la partida de Mus, cuando el perro con la cabeza baja se asomó en la puerta de la cocina.
¡Lo juro! , se quedó mirando a mamá que regaba los malvones del patio, recordaría tiempo después Palde. Recorrió la galería se detuvo en las puertas de la piezas y salió por el zaguán, yo también lo vi.
En la esquina del Cultura, Isaso y Rogelio también lo vieron irse aquel domingo al trotecito rumbo “La Cebolla”, el Cachiro lo siguió unos metros y se volvió al tranquito a ocupar su lugar en la esquina, días más tarde los peones le contaron a papá que el Nortero no había regresado al puesto, pero tampoco volvió al pueblo a buscar las caricias que todos nosotros le prodigábamos. Nadie volvió a saber de aquel perro que a lo largo de casi un año fue nuestro perro.


¡Los cueros, Martín, los cueros.!

Caía ya la noche, la tropilla deambula molesta por los mosquitos que asolaban aquel verano, se podía oír espaciado el cencerro de la Yegua madrina al sacudir las orejas espantando esas molestas sabandijas, la luz mortecina del farol a kerosene dibujaba sombras en aquel patio espacioso donde todos esperábamos que en el fogón terminara de asarse el medio costillar de capón mientras escuchábamos a mi padre que ejecutaba una Milonga en la guitarra con incrustaciones de nácar que había recibido como regalo de manos de Don Jacobo Parravicini, todo esta intacto en mi memoria, hasta puedo ver a Martín en el grupo contando ante el silencio y la atención de los presentes que...

Allá en el rancho, en el que pasaba la mayor parte de su tiempo dedicado a la caza de la nutria en Hinojales, desde hacia varios días recibía la visita de un loro barranquero que lo llamaba por su nombre de pila “Martín”.
El animalito amanece sobre la cumbrera del rancho ¡créanlo ! y al caer la tarde rumbea pa` los pajonales cercanos a la Laguna gritando ¡Que descanse Martín!, para regresar con las primeras luces del nuevo día ¡Que tenga Buenos días Martín!, y cuando salgo a Nutriar desde la altura me dice ¡Cuídese Martín!, nosotros lo escuchábamos pero sin creer nada hasta que ... Un mañana mis hermanos mayores camino a la casa de un tío que vivía en la cercanías, al pasar por el rancho de Martín, vieron al lorito sobre el alero, entonces sin la menor intención de dañarlo le apuntaron con el Winchester, el lorito en ese mismo instante cambio de lugar y fue a pararse en el poste del alambrado justo enfrente de mis hermanos acompañando todos sus movimientos, ellos siguieron viaje sin darle la menor importancia al acercamiento que había hecho el lorito.
Por la noche de ese día Martín llego a nuestra Casa y contó que por la tarde había tenido visitas el lorito me ha contado ¡dos muchachos de a caballo con escopeta Martín!, ¡con escopeta! imitando al ave movía los brazos como si fuesen alas ¡lástima que no estaba en las casas! ¡Que Caracho¡
Mis hermanos no lo podían creer, apostaban con que Martín había estado viendo todo desde algún lugar cercano, oculto y les estaba jugando una broma y fue entonces cuando decidieron poner a prueba la habilidad del lorito
Pocos días habían pasado cuando se juntaron mis primos con mis hermanos y decidieron jugarle una broma más a Martín y ver que actitud tomaba el pájaro. Esperaron que Martín saliera a Nutriar y entraron al rancho escondieron los cueros que éste tenía listos para entregar al acopiador y salieron corriendo.
Por la noche Martín se llegó al puesto antes de echar pie en tierra hizo saber a quien quisiera oírlo que venia a pedir la devolución de los cueros o que los Muchachos le dijeran dónde los habían escondido.
Nadie decía palabra, haber muchachos ¿de que habla Martín? pregunto mi padre
Nadie atinaba a decir palabra.
¡ A ver Caracho Contesten ¡ Ni Palabra
Mira Bernabé si el loro no me lo hubiera dicho, yo no estaría acá. Cuando volví de la laguna el lorito me recibió gritando ¡ los cueros Martín, los cueros! apuntando para el puesto, ¡ los muchachos, la escopeta gritaba el lorito! ¡ que caracho!
Papá tenia en la mano derecha el poder de convencimiento, así que cuando entró en la cocina mis hermanos mayores ya estaban al amparo de mamá que apaciaguaba con un bueno Bernacho son cosas de chicos. Entonces el rebenque sonó seco en el aire y minutos después los muchachos confesaban donde habían ocultado los cueros con la complicidad de los otros parientes y pedían disculpas a Martín por la broma.
Desde aquel día todos empezamos escuchar a Martín con más atención cuando relataba las conversaciones que mantenía con el ave. Ahora no podíamos no creerle. El Ave hablaba con Martín no había dudas.
Mucho tiempo después, ya no estábamos en el campo, supimos que el lorito se despidió de Martín una tardecita recomendándole que se cuidara sin aclararle de quién y partió para no volver.
Martín también partió un día para los pagos de donde no se vuelve, ese día recuerdan una bandada de loros cruzo el pueblo y uno se quedo parado en la cruz del cementerio un largo rato.

De otros tiempos
(Estos versos los escribo cuando se cumple un año de la muerte de mi hermano mayor Horacio Urbano, a su memoria y a la de mis Padres)

Era yo muchacho chico
Cuando mi padre entregara
El campo donde aprendimos
A querer tanto a la patria
Y siendo mi padre fuerte
Como la espina del tala
Lo vi aflojar esa vuelta
Y llorar sobre su almohada
Más tarde se fue durmiendo
¡sabe Dios con que soñaba!

Nada pudimos hacer, ni
Los chicos, ni los grandes
El Dueño taso un arriendo
Que no se podía pagarle
Así que vacas y ovejas
Se malvendieron más tarde
Junto con los yeguarizos
Manga, galpón y corrales
La casilla trajo al pueblo
No quiso venderla a nadie.

El puesto se le llamaba
a aquella casa de campo
largo rancho de chorizo
techo de paja algo blanco
haciendo de contramarco
había una cocina e`chapa
y al otro lado del rancho
la casilla cierra el patio
mientras al frente un galpón
vigila al norte mirando

Del galpón a pocos metros
Había enclavado un palenque
P´sosegar los ariscos
Y que ate el manso el que llegue
Del otro lado del rancho
Entre el corral y las casas
Había una cancha de bochas
Donde en las tardes jugaban
Los peones por cigarrillos
Por vino o por pasteliadas

El corral de las ovejas
Alomadito en el centro
Guardaba el lanar de noche
Guareciéndolo del tiempo
De ese corral a un costado
Un cerco de mostacillas
Del sol ponía reparo
Y en sus ramas las gallinas
Se tomaban un descanso
Al morir la luz del día

¡Noches de verano idas!
Que en ese puesto vivimos
Felices, teníamos todo
Alegres, éramos niños
Mientras se hacia el asado
En aquel patio bendito
A una guitarra mi Padre
Sacaba dulces sonidos
Y era música en la noche
Hasta el canto de los grillos

Volví una vez a esa casa
Después de años, ya mozo
Y a la tranquera de alambre
Que custodiaba el aromo
Vino a atenderme un señor
Que entonces mandaba todo
Yo me sentí tan dolido
Tan derrotado, tan flojo
Que le di espaldas al puesto
Y no le volví los ojos.

Si alguna vez yo volviera
A vivir en esos campos
Arreglaría como antes
Todo lo que había plantado
Manga, molino, corrales
Galpón, palenque, casilla
Replantaría mostasillas
Sauces, acacias y fresnos
a los perros llamaría Chaco
Corbata y Nortero

Si alguna vez regresara
Dueño de nuevo a esos campos
Arreglaría como antes
Todo lo que había plantado
Santa Isabel le pondría de
Nuevo nombre a esos campos
Un busto en roble de mi padre
Le haría marco a mi patio
Y al aromo y la tranquera
...!Cómo no llamarle Horacio!


Invitados por nuestro AMIGO, así con mayúscula, Abel Cepeda, hemos regresado al Puesto contrariando la firme promesa de no volver.
Recoji esa vez, un puñadito de tierra y unas semillas de paraíso, ¡vamos a ver si logro hacer una plantita! dije entonces y la plantita se hizo árbol y a su sombra escribo hoy mis recuerdos de aquel segundo regreso.

El Puesto
Recuerdos de una Tapera

La tierra que en este frasco
A vos no te dice nada
Para mi es como sagrada
Por eso la quiero tanto
Yo la traje desde el campo
Mas bien dicho una tapera
Lugar que ayer fuera
El sitio donde correteábamos
Cuando chicos siete hermanos
Bajo paternal tutela

Adonde ya nada queda
Hemos vuelto con los años
Alguno de los hermanos
Como buscando en la huella
Y si de noche una estrella
Puede marcar el camino
Nosotros por el Molino
Tomamos rumbo certero
Claro que sí... allí Romero
Y más allá Celestino...

Quiere decir que pasamos
Recién por lo de Sarrode?
¡Sí Señor! dice Cepeda
esos montes te confunden
entonces al trote largo
echamos de ver la cuenta
y al comprobar que cincuenta
son los años que se han ido
vuelvo la mirada a Guido
que hacia el poniente se acuesta.

Recuerdos... la vida pasada
De mis padres y un hermano
Ya en el eterno descanso
De sus últimas moradas
Y antes de regresar
Al coche que nos espera
Bendigo aquella tapera
por todo lo que ella encierra
y me voy, con este puñado de tierra
que a vos no te dice nada
Leonardo Madrid (Negro) 1975

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