de Leonardo Bernabé Madrid, mi padre, "cosechador de amistades que perduran". Para la familia, para los amigos, para quienes lo conocieron, para los que llegaron tarde, para el pueblo de General Guido

7/12/06

El Baile

Había finalizado la yerra, todos se encaminaron rumbo a “las casas” para comer el asado, las damajuanas con el vino formaban fila en el rincón más sombrío del patio, en una mesa larga debajo del aromo, mamá y las tías convidaban a las visitas con las empanadas que recién fritas, llevaban la marca del azúcar quemada a fierro, ¿Año? 1917 talvez 18, él, había llegado de su país, ocho años antes, en sus ojos celestes estaba todo el mar que lo separaba de su Galicia natal y su pelo cobrizo, por cierto, lo diferenciaba del resto de los mozos que se habían dado cita aquel día en el puesto.
Ella, tenia un ramito de madreselvas en el pelo renegrido, una blusa blanca con voladitos en el frente y botoncitos, muchos, en la espalda, una pollera azul, un lazo del mismo color que marcaba la cintura, era muy bonita.
El gallego la miraba ir y venir por el patio, ella lo sabia, sonreía y cuando podía le pasaba, cerquita, tan cerca que lo obligaba a hacerse a un lado para dejarla pasar y volvía a sonreir suspirando un casi inaudible, disculpe.
Nosotros, mis hermanos y yo observábamos desde la puerta de la cocina, custodiando la mesa sobre la que esperaban turno para salir pasteles con grageas, quesos y dulces, buñuelos, un jarro grande para servir el té con cedrón, la galleta del mate, bombilla y los infaltables Anís Carabanchel, Ginebra en porrón y aquel licor de huevo, hecho por abuelita, que todas las damas ponderaban ¡muy bueno comadre!, a la segunda copita, pedían ¡la receta!, con la tercera recordaban a los difuntos y con la cuarta salían presurosas, balde en mano, a regar el patio, el olor a tierra mojada anunciaba que pronto comenzaría el baile, las risas nerviosas de las muchachas casaderas, competían con los gritos de ¡truco!, ¡quiero retruco! de los paisanos que miraban con el rabillo del ojo a la muchacha elegida. El Gallego, la habia elegido a Ella.
Los más viejos, revoleaban el hueso para despuntar el vicio nomás, alguien templo la guitarra, ante el silencio y la atención de los que lo rodeaban, otro desenfundo la acordeón de ocho bajos y no falto quien floreo “el aire trajo perfume a madreselva y cedrón por aquí ha de andar la moza que rompió mi corazón” y entre risas y aplausos salieron las primeras parejas a dibujar sobre aquel patio de tierra mojada unos círculos casi perfectos al compás de una polquita.
Ella estaba en el grupo de las solteras, el gallego, se le acerco tímidamente ¿baila osté? Pregunto, al tiempo que estrujaba entre sus manos lo que parecía un pedazo de trapo negro y no era otra cosa que la boina con la que lo habíamos visto llegar aquella mañana al rodeo.
Ella hizo como si no lo hubiera escuchado y comento entre risas y mohines a las muchachas que la rodeaban “Cuando el corral es chico hasta los gringos enlazan”, él bajo la mirada, se lleno de vergüenza, se fue a un rincón del patio y quedo acuclillado dibujando con un palito el piso de tierra, mientras sus compañeros lo alentaban ¡ vamos gallego, no se quede ahí! , pero él, parecia no escucharlos, se quedo ahí, solo, en silencio y cuando el baile estaba en su apogeo, ensillo y al tranquito de su alazán tostado rumbio para San Juan del Vecino.
Mazurcas, Valsecitos, Rancheras, llenaban de sonidos aquel patio, entre risas y estrepitosas carcajadas, los viejos se mezclaban en el baile de la silla y eran más fuertes las risas cuando los que quedaban sin compañero bailaban solos, entre los aplausos y los vítores de la concurrencia.
Sentada bajo el aromo quedaba ella, entre risas y mohines, orgullosamente sola. Todos bailaron hasta el amanecer del nuevo día, todos, menos ella.
Se fueron apagando las risas, los músicos guardaron sus instrumentos y los invitados en volantas, jardineras y vagones regresaron a sus casas. El Baile había terminado.
Años después volví a verla, una mañana, cruzar la Plaza del pueblo, como una sombra, en silencio, mientras el gringo que ella desprecio en aquel baile, en el atrio de la iglesia del brazo de su flamante esposa recibía los saludos de familiares y amigos.
La menor de sus hermanas se caso aquella mañana, ¡cosas del destino, ella cuido sobrinos!.
Leonardo Madrid (Negro) 1975

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