de Leonardo Bernabé Madrid, mi padre, "cosechador de amistades que perduran". Para la familia, para los amigos, para quienes lo conocieron, para los que llegaron tarde, para el pueblo de General Guido

25/12/06

La Escuela

De mi paso por la escuela primaria, única, a la que pude concurrir tengo infinidad de anécdotas para contar,pero, elijo esta.
Doña Ernesta Roque, la Señorita Ernesta, era mi maestra... me llama, esa mañana, a su mesa escritorio, ubicada sobre una tarima de no más de quince centímetros del piso, altura suficiente, desde donde dominaba perfectamente, por encima de sus anteojos, todo el movimiento del salón y sin preámbulos dice: para el nueve de julio próximo, las autoridades municipales nos han pedido presentar un cuadro en los actos que en conmemoración de nuestra Independencia se realizaran en la Plaza, y extendiendo su mano, me acerca unas hojas prolijamente escritas , tú Leonardo, vas a leer estas palabras para recordar tan importante aniversario de la Patria, lo harás en nombre de la escuela y de todos tus compañeros.
Volví la vista al salón, los quince centímetros me elevaron, mire a mis compañeros y conseguí la fuerza necesaria para decir, no, a Doña Ernesta Roque, le dije No, no voy hacerlo Señorita, Usted encontrará entre mis compañeros quien pueda leer mejor y dejé, sobre la mesa escritorio, las hojas prolijamente escritas.
Mis órdenes no se discuten Leonardo, dijo la Señorita Ernesta, ahora ve a sentarte a tu lugar.
Volví a mi asiento con aire triunfal, ante la mirada aprobatoria de mis compañeros , Yo, el Negro Madrid, le había dicho No, a Doña Ernesta y la Señorita Ernesta, en lugar de amonestarme, me había mandado a sentar, y asunto terminado. Además cuando tocara la campana de salida, camino a casa le contaría a mi hermano mayor lo que había pasado y él me aprobaría también, hay que saber decir no y yo sabía. Tal y como lo tenía pensado, ni bien sonó la campana, levantando polvadera rumbie para mi casa, en el camino lo encontré a Horacio, mi hermano, le conté y el me aprobó, asunto terminado. Pero, unas horas después, otro de mis hermanos, el más chico, Loro, entraba a casa corriendo, anunciando a viva voz que Doña Ernesta, estaba en la puerta de la Escuela hablando con papá y empecé a inquietarme.
Cuando mi padre entro en la cocina de casa, aquella tarde, preguntando por mi, les aseguro, que me temblaron los garrones, Venga dijo, Usted mañana, va a disculparse con la Señorita Ernesta, y va a cumplir con el deber que ella le ha impuesto.
Yo mudo, pero Horacio, era muy locuaz, terció y dijo: Mire papá, el Negro tiene la razón, si él no se siente capacitado para hablar en público, no lo debe de hacer. Hacer, fue la última palabra que le oí pronunciar a mi hermano, yo miraba el suelo, pero supe, que la mano de mi padre en el rebenque, cabo de plata, hizo que mi hermano diera por concluida mi defensa.
Usted, va a leer el discurso, y no se habla más, concluyo mi padre. Dos lagrimones pesados cayeron sobre el piso gris de la cocina, dejando dos círculos imperfectos, levante la vista, buscando en mirada de mi madre la segunda instancia, cuando ella dijo, su padre, tiene la razón, supe que todo estaba dicho, siempre que mamá usaba el usted, era cosa juzgada.
Y llegó el día, la Plaza llena, mis compañeros, me miraban, murmuraban a mis espaldas y se reían, yo furioso, apretaba los puños dentro de los bolsillos, había banderitas de papel que los alumnos levantaban tan alto como les daba la medida de sus brazos, la tarde era desapacible, una llovizna persistente humedecía las ropas de los presente, finalizada las últimas estrofas del Himno Nacional y ante el aplauso de la concurrencia, subí al escenario donde, hermosa, Rita, representaba a la República, con gorro frigio y envuelta en los colores patrios. Y comencé a leer, unas gotitas finitas borroneaban el papel, y a mis ojos los nublaban las lágrimas que brotaban con el sabor amargo de la derrota, la Señorita Ernesta, había ganado.
Cuando finalizo el acto, Doña Ernesta paso su mano por mi cara humedecida por la lágrimas de la rabia, en un gesto maternal dijo ¡esta lluvia! yo sentí sus manos tibiecitas sobre mi redonda cara de negro diablón y entonces, me felicito ¡Muy bien Leonardo, muy bien!.
Al llegar a mi casa mi padre me esperaba, en la cocina, junto a mamá que me miraba y sonreía suavecito, papá, me dio cinco pesos moneda nacional y la mejor lección de mi vida.
A la Maestra, dijo: se la respeta, se la obedece, recuerde siempre, que esa Maestra, esta aquí, lejos de su familia, para que usted, sus hermanos, sus compañeros, mañana, sigan siendo libres. Las Maestras vienen hasta aquí de otros pueblos, para enseñarles a leer y escribir, para ayudarlos a pensar, cuando sea un hombre y tenga que defenderse en la vida, entenderá esto que digo, y ese día le dará las gracias a la Señorita Ernesta, por haberlo elegido.
Y no me baje la cabeza, ¡ que caracho!... yo quiero verlo estrellero, concluyó mi padre.
Leonardo Madrid (Negro)

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