de Leonardo Bernabé Madrid, mi padre, "cosechador de amistades que perduran". Para la familia, para los amigos, para quienes lo conocieron, para los que llegaron tarde, para el pueblo de General Guido

7/12/06

Don Felipe Bravo, curandero del pabilo

Entre rincón de Ajo y Dolores, en los Montes del Tordillo, en un humilde ranchito, pasaba sus días dedicada por entero a ayudar al prójimo, Doña Rosalía, ella manejaba las propiedades curativas de hierbas y plantas, a ese lugar, poco menos que escondido, en medio del monte llegaban infinidad de viajeros en busca de curas para sus males, los que la conocieron afirmaban que esa viejecita tenia algo angelical, su mirada, su voz, sus gestos todo en ella irradiaba bondad, una infinita bondad, vivió allí hasta su muerte dejando a todos sus seguidores con una pregunta ¿ y ahora?
El poder de Doña Rosalía, después de un tiempo, se manifestó en su hijo Felipe, Don Felipe no vivía en el monte, sino en la Ciudad de Dolores y hasta allí comenzaron a llegar los enfermos cuando la ciencia daba su veredicto definitivo y definitorio de Imposible, está todo hecho, el Curandero del Pabilo era la última esperanza y hasta él llevaban al enfermo.
Yo conocí a Don Felipe Bravo y debo decir que con su ayuda mejore, no me atrevo a decirles que me cure... ya sabrán por que.
Cierto día, jugaba yo, en el patio de casa y apareció un sapo de ojos saltones, animal inofensivo por cierto, mis hermanos mayores se dispusieron a dar caza y muerte al pobre bicho, cometido el Batricidio, como lo llamo Horacio, siguieron con el partido de pelota que minutos antes habían suspendido a causa del Sapo, yo mientras tanto me fui a refugiar en la cocina cerca de mamá, muy asustado. Mamá me calmó y me propuso salir al patio para ver el partido que disputaban mis hermanos con mis primos, salí , con un pedazo de galleta en la mano y me senté en unos cueros de oveja que estaban tirados en un rincón, al verme Rogelio, , pega un grito ¡salite carajo! Que abajo de los cueros esta el sapo que matamos.
Pegue un salto y salí corriendo a los brazos de mamá, ella trato de calmarme diciéndome que era una broma, que allí no había nada pero esta vez no tuvo éxito.
No quería mirar para el rincón, llego la noche y el sapo de ojos saltones me miraba desde los pies de la cama. Los días pasaban y las cosas empeoraban no comía, no tomaba agua en todos lados estaba el batracio, si abría los ojos, lo veía, decidí, no abrir los ojos ,pero entonces el sapo me rasco la pierna y empezó a cantar.
Aquel sapo estaba en todas partes, se había adueñado de mí y yo me debilitaba más cada día.
El médico no podía y algún familiar invoco entonces el nombre de Don Felipe Bravo.
Recuerdo los preparativos del viaje a Dolores, antes de salir, una prima de mamá me preparó un té con leche y me lo dio a beber en un jarrito, que a mi me gustaba mucho, que tenia unos pajaritos pintados, pero no pude ni probarlo, cuando me puse la bombilla en la boca el sapo me rasco la lengua. Abrazado a mamá y con mi padre en aquella volanta llegamos a la estación horas más tarde estaba frente a Don Felipe, mi padre le contaba, mamá sostenía mi mano entonces abrí los ojos y lo vi, un paisano alto, de ojos claros, tez trigueña, bigote trabajado hacia abajo, voz de trueno, hablaba pausado, amasaba entre sus dedos unos hilos, los mojo con su saliva y me los paso por la cabeza...
Después mis recuerdos son confusos, la estación, el tren, perfume a lavanda a jazmín, mamá me acaricia la cabeza y me dice estamos en casa.
¡La cocina!, estoy en la cocina de casa, sobre la mesa una taza humeante de leche con cascarilla, mis hermanos piden permiso y salen al patio a jugar yo voy con ellos, todo esta bien.
Conocí a Don Felipe Bravo allá por el año 1914, han pasado muchos años, pero no he olvidado un solo detalle de aquel encuentro, eso sí confieso que la aprensión por los sapos se ha mantenido hasta la fecha.

Alguna vez lo escuche a mi padre contar que uno de los hijos de su tía Gervacia Sosa, hermana de su madre, también había recibido las curas de Don Felipe. La Tía Gervacia, contaba papá, estaba casada con Don Esteban Facio, Guerrero del Paraguay, que con el grado de Teniente en el 4º Batallon 1º división Buenos Aires a las ordenes de Wenceslao Paunero había luchado en Yataity, Corá, Boqueron, en la Guerra de la Triple Alianza, finalizada la Guerra hacia 1870, se casó con tía Gervacia, entre los hijos de la Tía Gervacia y nosotros no había mucha diferencia de edad, decía mi padre. Seguramente, hubo otros problemas, porque mi padre no hablaba mucho de sus primos Facio, a decir verdad tampoco de los Aroza. Pero el tema aquí son las curas de Don Felipe Bravo. Contaba papá, que Don Esteban Facio se burlaba de los paisanos que creían en "ése que baboseaba hilos de algodón", pero un día ,a regañadientes, acepto que uno de sus hijos se sometiera a las curaciones del hijo de la vieja Rosalía, el enfermo desahuciado por los médicos, fue recobrando la salud, cuando estuvo mejor viajo a las Sierras donde completó su curación definitiva, regreso sano y continuo sus estudios, se caso y tuvo hijos.
El curandero del pabilo, hijo de la Vieja Rosalía, aquella, que solo salió del monte para enfrentarse con la Ley, cuando fue acusada de Brujería, no hizo diferencia entre los descendientes del Guerrero del Paraguay y el nieto de Juan (Juan Madrid era mi abuelo y Ciriaca Sosa mi abuela) decía mi padre dando por terminada la conversación.
Leonardo Madrid (Negro) 1970

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