de Leonardo Bernabé Madrid, mi padre, "cosechador de amistades que perduran". Para la familia, para los amigos, para quienes lo conocieron, para los que llegaron tarde, para el pueblo de General Guido

22/3/07

El Aprendiz de Curandero

¡Al overo!, te le vas de noche y le sacas una cerda de la cola, y escucha bien Ulogio, te maneas un sapo vivo, y así, lo “eintierras”, vivo, en la cancha, anda nomás, que no me debes nada che y que gane el “miejor”.
¿Bicho moro?, eso te arruino la papa Martin, yo te curo, te vas a la laguna y buscate cuatro sapos machos, les atas las patas y los colgás, así, levantaba los brazos, en las cuatro esquinas del lote, después contame che, anda nomás que nada debes.
No le tenga miedo doña Maria, cuando los oigás, cruzas así y mostraba con sus pies, las alpargatas y ¡ya esta!, como que me llamo Pancho y Sierra, tus perros dejan de aullar. Anda Mujer, nada debes.
El Aprendiz de curandero y su asistente pasaban las horas en la galería atendiendo a sus imaginarios consultantes, mientras mamá, los miraba desde la cocina y sonreía, Rojo les daba letra, Tulio y yo jugábamos al hoyo aquel último día de Junio ¿ustedes se preguntan como es que recuerdo con tanta precisión, Mochi, cumplía los diez, 30 de junio de 1922, la casa olía a cascarilla y a buñuelos angelones.
El aprendiz de curandero recelando que todos lo observaban se puso frente a un paraguas, que abierto, escurría el agua de la lluvia molesta que se había descolgado un rato antes, obligando a alguno de los asistentes a la partida de mus que se desarrollaba en la cocina a hacer uso.
De pie, frente a aquel paraguas, Loro, el aprendiz de curandero, invocando a Pancho y Sierra, ordeno a la sombrilla negra que caminara… ¡en nombre de Pancho ¡Camine carajo! Grito con fiereza. La asistente era la Negra, tenía cuatro años, pero lo seguía todo el día, donde estaba el Lorito, decía mamá, esta Ofelita, bueno, ahí estaba ella, ordenándole al “panaguas” caminar ¡en el nombre de Pancho ande Calancho! Dijo resuelta Ofelita. Sopló viento del este y el utensilio cobro vida, pego tres salto y un revolcón. Al ver que aquella cosa se les acercaba, el aprendiz de Curandero y Ofelita, su ayudante, se lanzaron en fugaz carrera hasta alcanzar las polleras de mamá, que ya se disponía a servir la humeante cascarilla para festejar los diez de su mimado Benjamín.
Leonardo Madrid(Negro) 1980

El Circo

Por las calles polvorientas del pueblo, andaba el circo, con su musiquita ¡chin chan, chin chan, plaf!. Sorprendidos, veíamos como ese, pesado y torpe hombrón, al compás de una pandereta hacía bailar al pobre oso, mientras un payaso saludaba alegremente triste, a la gente del lugar que se acercaba a su paso. Eran épocas de vacas flacas, pero pudimos ir a la función, Tulio, Mochi, Loro y yo. Dos días después, estábamos en casa recordando y Rojo nos propuso hacer nuestro propio circo. Tulio abrió aquella primera función, él era el maestro de ceremonia y hacia bailar al cachiro, el perro de Rogelio, al compás que le marcaba con una lata, también era el ilusionista, Loro y yo, los payasos, asistentes y payadores, nuestra hermana, la Negra, chiquita y Amanda nuestra prima eran el público. Todos rotábamos en nuestras destrezas, pero Mochi se había adueñado del trapecio, eran suyas las habilidades del equilibrista, él era el acróbata, caminaba por el alambre que marcaba el limite del patio y mientras los redoblantes, que habíamos hecho con los tachos, donde mamá lavaba la ropa, tronaban, él se preparaba. A esta altura se habían sumado los primos, Quiro y Chubero, los tambores llamaban a la concentración del público, Palde, anunciaba la llegada del “Magnifico Benjamín”, y allí apareció Mochi en escena. Exhibía sobre la espalda un delantal de mamá a modo de capa, saludó, con un brazo en alto, se quitó el atuendo, con un movimiento estudiado, se notaba, y de un salto, se encaramo, al hilo, poco duro en equilibrio, se vino al suelo, cayó mal, se golpeo la cabeza y ¡se desmayo! Mamá, salió a socorrerlo, mientras nuestro público femenino lloraba desconsoladamente y tía Lucia se acercaba chillando, ¡ustedes sabandijas, que le han hecho a mi Amandita! Cuando papá tuvo conocimiento de lo sucedido, [ni bien traspuso la puerta cancel, tía Lucia se encargo de eso] decretó el cierre definitivo de “El Circo”. Mamá pacificaba diciendo,- son cosas de chicos Bernacho, ¡jugaban!, los chicos jugaban, pero Papá haciendo uso de su autoridad levanto la carpa. Esa tarde el circo cerró para siempre, pero la musiquita aún suena en algún rincón del desván de mi memoria ¡Chin chan,chin chan, plaf!
Leonardo Madrid (Negro) 1980